Aburrimiento que mata [Libre]

[i]Recordé la primera vez que había pisado la mansión Malfoy, los nervios que tenía pero sobre todo los miedos. ¿Qué pasaría? ¿Y si el hijo suyo no me aceptaba en la familia? ¿Y si la madre, tampoco?. Mi reciente padre rió al ver mi rostro y me empujó despacio por la sala de entrada. Era un lugar enorme y lujoso para una niña como yo, vestida con ropa vieja o con uniforme gris. Arrugué el entrecejo antes de pasar al living en donde madre e hijo estaban jugando. El con una escoba a su tamaño, intentando volar, su madre riéndose divertida e intentando enseñarle cómo se hacía.

No me sentí mejor cuando ámbos pares de ojos se posaron en mí, y después en mi ropa. De pronto sentí mis mejillas enrojecer e intenté que mi rostro se viera tapado por mis rubios cabellos al mismo tiempo que mi cuerpo, detrás del de mi padre. Pero él volvió a reír y me acarició el pelo para tranquilizarme, comenzando a explicarse con un: -- Scorpius ella es una de tus hermanos, la que te dije que residía en Italia con los abuelos...

¿Quién me iba a decir que tan solo años después estaría en el colegio mas prestigioso de Europa vestida de uniforme verde escarlata y merodeando por los pasillos?. Claro que yo no. ¿Qué sueños de grandeza podía tener una huérfana híbrida como yo?. Mis sueños iban de tener una madre y un padre donde vivieramos con Ethan, a ocupar un puesto del Ministerio de la Magia, como primer ministro. Y los años ahí dentro me habían demostrado todo lo contrario.

Ahora estaba yo, sentada sola debajo de un árbol, descalza, mirando el cielo azul. Mis dedos jugaban con el medallón de mi madre, Antonella mi mas querida posesión y su único recuerdo. Una sonrisa apareció en mis finos labios al recordar a esa bella mujer, de ojos castaños, pelo rubio claro y una hermosa figura. Porque debía ser hermosa para conquistar a alguien tan guapo como había sido mi padre.

Pero eso ya no importaba porque ninguno de los dos pertenecía a este mundo. Me levanté del suelo y tomando mis zapatos comencé a cantar y danzar por todo el patio como me gustaba hacer cuando estaba sola. Solo mi padre Draco me había escuchado una vez accidentalmente, o no tanto, mientras lo hacía en el patio de la mansión una tarde que nos habíamos quedado solos.

Hacer eso me hacía olvidar de todo, incluso de quien me estuviera observando. Mala idea.